sábado, 21 de abril de 2012

Paracaídas

Era muy tarde.
Estaba muy obscuro y hacía mucho frío la noche en la que me dejó. La noche en la que supe que nada volvería a ser igual. Para colmo, era como si las nubes supieran que estaba pasando y unos segundos después de la primera lágrima, cayó la primera gota.
Ni me importa. De todas maneras, ese tipo es sólo músculos y es un gran tonto. Regresará llorando. Bueno, ya no.
Meses antes de todo eso, mi padre murió. Era en señor con increíble carisma y sentido del humor y en sus tiempos había sido un gran hombre, fuerte e inteligente. Ahora, la edad había reducido su grandeza y apenas se notaba entre las arrugas y los dolores de espalda a aquel hombre que había sido mi padre.
Murió arrollado por un camión. El camionero apenas y pisó la cárcel. Realmente no me importa, ese hombre tiene una familia y mi padre estaba ya muy triste.
Desde entonces, mi madre hace manualidades y adopta gatos. Llena  los hoyos de sus problemas con té caro y pelo de gato. Su sonrisa cuando me ve llegar es invaluable. A veces me abraza muy fuerte. No sé que haría sin mi.
Mi hermano es un hombre exitoso y hace bien prácticamente todo lo que se propone. Incluso hace las cosas bien sin querer. No me necesita, ni me quiere. Igual y es la revancha de ser un pésimo hermano mayor.
Desde la muerte de mi padre estuve interesado por los deportes extremos. Recuerdo que llevé la carta que leí en el funeral de mi padre en un folder de la escuela de paracaidismo. Mi tía Roberta me dijo que era un informal.
Tiene razón.
Cuando mi novia me dejó, en el obscuro callejón pensé que ese era el momento indicado para iniciar con mis clases de paracaidismo fuera del país. Esa noche llegué a mi departamento con el traje mojado y la corbata sucia.
Y con un anillo de compromiso en el bolsillo, que nunca mostré.
Me quité la ropa mojada y dormí en el piso. Lloré mucho.
Por la mañana hice mi maleta, tomé todo el dinero que había ahorrado y salí a la carretera. Pensé en despedirme de mi madre y de contarle sobre mi viaje, pero preferí no preocuparla.
En el aeropuerto no esperé mucho y recuerdo que volví a llorar. El vuelo fue largo y pedí varias copas de vino.
Cuando por fin aterrizamos estaba muy emocionado y trataba de olvidarme de todo lo sucedido.
Tomé un taxi hacia el hotel que la escuela de paracaidismo había recomendado.
Le conté mi historia a Hanz, el taxista. Dijo que todo era una lástima y que las cosas iban a mejorar pronto para mi. Creo que ese taxista quería ser psicólogo o vidente.
El hotel tenía un gran letrero que decía: "Bienvenidos, paracaidistas"
Me sentí realmente bienvenido.
La comida en el hotel era buena y el ambiente en las mesas durante las comidas, también.
Había de todo, paracaidistas expertos, intermedios y gente como yo, que no sabía ni que hacía.
Durante la primer cena, conocí a una chica. Klaudia. Parecía ser la única persona en todo el hotel que se interesaba en mi y en quién era.
Pasaron varias semanas de entrenamiento en tierra y en el aire.
Aprendí todo, hasta las supersticiones. Durante esas semanas Klaudia y yo nos hicimos buenos amigos. Mejores amigos.
Hoy fue la clausura. El gran evento. El día para el que todos estuvimos trabajando.
Hoy por la mañana me dejaron doblar mi propio paracaídas. Vi que tenía una llamada perdida de mi madre, pero decidí llamarle cuando todo esto hubiera terminado.
Tomamos una comida muy ligera y estuvimos platicando y tratando de relajarnos antes del ultimo lanzamiento. En la comida, Klaudia tomó mi mano.
El pequeño avión despego y los 24 paracaidistas estábamos listos y emocionados de hacer esto.
Por alguna razón, tenía mucho miedo. Más miedo que la primera vez. Aún tengo.
Las compuertas se abrieron y el aire entró e inundó el avión. Los lentes me apretaban, estaba intentado ajustarlos cuando recibí un beso inesperado. Klaudia sonrió y se tiró.
Le di un apretón de manos a un amigo mientras el se tiraba también.
Era el último. De verdad no quería hacer esto. Le hice señales al piloto de que cerrara las compuertas. Me sentí un tonto. Esta era la última vez, no podía despreciarla.
Corrí y me tiré sin pensarlo mientras las compuertas se cerraban.
La adrenalina en la caída libre es inigualable. Después de los primeros segundos de gritos de emoción, mi boca se secó por completo. Este último lanzamiento estaba diseñado para ser justo durante el atardecer.
Debajo de mi, los paracaídas se iban abriendo y se veían como pequeñas bolitas flotantes.
Me di cuenta de que era el momento de sonreír y de disfrutar el momento.
El atardecer era sublime, casi perfecto.
El primero de los paracaídas ya había llegado al mar. Según mis cálculos, era buen momento para abrir el mío. Lo intenté, pero no abría.
Respiré lo más profundo que la caída libre me permitía e intenté calmarme.
Intenté con el paracaídas de emergencia y tampoco respondió. Comencé a jalarlo frenéticamente. Me deshice los dedos contra el cordón, pero nada.
Pensé en mi madre y en lo estúpido que fui al no llamarla. Pensé en los programas de televisión donde dicen que a cierta altura, caer en agua es equivalente a caer en cemento. Mi cuerpo se haría puré.
Intenté de nuevo con ambos paracaídas, pero nada funcionó. Ahora que lo recuerdo, los pude haber doblado mejor.
Es probable que mi madre tarde meses en enterarse de esto. Es probable que a mi hermano no le importe y que la noticia alegre a mi ex-novia. Es probable que mi madre se muera cuando sepa de esto y que Klaudia tire un par de lágrimas cuando vea mi cuerpo desintegrarse contra el agua.
Ahora nada importaba, porque el maldito paracaídas no abría.
Me di cuenta de que estaba llorando y de que estaba humedeciendo los lentes.
Gracioso, llegué aquí llorando y me iré llorando.
Voltee a ver al sol. Le sonreí mientras lo acompañaba en su trayectoria hacia la noche.
Me quedé callado escuchando el silbido del viento.

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